Tuve la fortuna de hacer unos ejercicios espirituales, de estilo ignaciano, con el P. Juan Manuel Igartua s.J. a comienzos de los años setenta, en Portugalete. Se conserva alguna foto de aquellos días, compartidos con amigos de Schola C. I. que la revista Cristiandad reproduce de vez en cuando, donde un Canals maduro y un servidor, entonces muy joven y sin barba, encuadramos al benemérito jesuita.
En aquella ocasión no se habló de la profecía de San Malaquías, que el P. Igartua conocía muy a fondo: los ejercicios son ejercicios, no tertulias. Sin embargo, su interés escatológico se debió colar por alguna rendija, no recuerdo cual, dejándome una impresión que ha permanecido.
Dos o tres años más tarde vio la luz su estudio sobre el célebre texto, atribuido por su redactor del s. XVI, Arnaldo de Wion, al obispo de Armagh (Irlanda), titulado “El enigma de la profecía de S. Malaquías sobre los Papas” del que conozco dos ediciones (de 1976 y 1978). Con su habitual rigor, el P. Igartua analizó desde todos los ángulos la lista de lemas de los pontífices romanos - desde Celestino II hasta el último – llegando a varias conclusiones, entre las que interesan ahora especialmente dos: La validez e importancia que el sabio jesuita otorgaba a ésta profecía, en primer lugar; y la restauración que hizo del sentido de los últimos lemas, 111, 112 y 113, en segundo lugar.
El P. Igartua tomó en cuenta las críticas que convierten a Wion -supuestamente inspirado en Panvinio (en 1595) - en verdadero autor de la profecía, aunque no las rubricara. Ello no le restaría carácter profético, ya que todos los lemas de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX la acreditan, y se trata de pontífices que tampoco Wion podía conocer. Sin embargo, me inclino – mera opinión personal - por la autoría de S. Malaquías, por varias razones: Me parece muy probable que Wion haya tenido acceso a un original medieval y se limitase a recopilarlo como él mismo declara. Nunca compartiré la incredulidad hacia la veracidad de lo antiguo que impera en la vida académica por imposición modernista. Además, uno de los mejores historiadores religiosos contemporáneos de Wion, el dominico Alfonso Chacón, creía en la autoría del obispo de Armagh. En cualquier caso, para el P. Igartua quedaba clara “la sólida probabilidad de su valor profético”, lo que es más que suficiente.
Mis razones en favor de la autoría de S. Malaquías quizá sean demasiado personales, porque derivan de un convencimiento absoluto del sentido providencial de la historia; así como de la trabazón íntima entre el nombre bautismal de las personas y su vocación: no creo en las casualidades. Los dos últimos libros proféticos del Antiguo Testamento, Zacarías y Malaquías, fueron escritos en previsión de los tiempos previos a la Parusía, y “me casa” que un santo del s. XII llamado Malaquías fuese inspirado para completar los datos de su homónimo.
El gran acierto del P. Igartua fue restablecer la secuencia original de los últimos lemas de la profecía, que habían quedado oscurecidos en ediciones poco cuidadosas: Sirviéndose del llamado numerus aureus - no voy a detenerme en ello – el sabio jesuita comprendió que los lemas de la lista son 113 y no 111. Es decir, que la lista no acaba con Gloria olivae, el lema correspondiente a Benedicto XVI; sino que después vienen dos lemas más: El 112, In persecutione, lema que Igartua atribuye al ¿anticristo? – así, entre interrogaciones (página 512); cosa que comparto sin interrogaciones – y el 113, Petrus Romanus, que corresponde al pontífice reinante en el momento de la Parusía. Este Petrus Romanus requeriría un post independiente, por la complejidad de su momento y por las especulaciones que sobre él circulan.
Lo trascendente de la lista de Malaquías es que nos sitúa ante la inminencia del gran parteaguas de la historia: Si para el P. Igartua, hace cuarenta años, se trataba de esperar dos lemas más, para nosotros, de ser cierta la profecía, el tiempo ha llegado… Esto es lo que verdaderamente asusta. Cierta corrección eclesiástica no puede aceptar –porque rompe todos los esquemas – que sea inminente un falso profeta, un antipapa, o un “pastor necio” para decirlo en términos de Zacarías (Za 11, 15). Pero San Jerónimo, con toda su autoridad hermenéutica, veía en este Necio al impío por excelencia, que sería el anticristo y el antípoda del Mesías (San. Jerónimo, Comentario a Zacarías III, 859, en: Obras Completas B.A.C. 593, pp. 654-657).
La atribución por Igartua del lema 112, In persecutione, a este anticristo eclesiástico, es plenamente coincidente con la previsión de Zacarías, que sitúa al pastor Necio inmediatamente después de los pastores Gracia y Vínculo y como sucesor inmediato de éste último. La convergencia entre la profecía de los Papas de Malaquías y el decisivo capítulo 11 de Zacarías es total. Y negar que el capítulo 11 de Zacarías se refiere a nuestro tiempo, exigiría ahora prolongar la duda acerca de la identidad del pastor-cayado Gracia, cosa difícil después de un Papa monfortiano que se declaraba “Totus tuus” respecto a la Llena de Gracia…
A los datos de Zacarías sobre la Pasión de la Iglesia puede dárseles una interpretación esclarecedora, aunque convenga exponerla con prudencia. En algunas ocasiones, la concreción excesiva puede no compensar los daños colaterales…Quienes leéis estas líneas sabréis discernir nuestra preocupación ante la situación que se precipita, cuyos detalles deben permanecer, por ahora, en estudio. Lo que sí cabe es avisar a los estudiosos del tema que estas profecías no prevén “cónclaves divididos” ni cismas post-electivos sino, en todo caso, traiciones que provocarían cismas prácticos.
En este sentido parece ir también la exégesis que Jesús le hizo a María Valtorta del mismo capítulo 11 (Cuadernos, 9 de diciembre de 1943, pp. 539-541). La atención debería centrarse en la advertencia del Señor, recogida por San Juan, acerca del salteador “que no entra por la puerta del redil sino que escala por otro lado” (Jn 10, 1); advertencia explicada a su vez en la célebre profecía de san Francisco de Asís, en su lecho de muerte: “En el momento de esta tribulación, un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado, y con su actuación se esforzará en llevar a muchos al error y a la muerte” (Obras del Seráfico Padre S. Francisco de Asís, Washbourne, 1882, pp. 248-250).
La convergencia entre la profecía del capítulo 11 de Zacarías y la de los Papas de Malaquías es - lo repito - total: Zacarías avisa que al romperse el cayado Vínculo Dios va a “suscitar en esta tierra un pastor que no hará caso de la oveja perdida, etc. etc.” (Za 11, 1516) y Malaquías de Armagh coloca, inmediatamente después de Gloria olivae, el lema In Persecutione, cuyo comentario inmediato (extrema S. R. E. sedebit - la extrema (persecución) tendrá su sede en la Santa Iglesia Romana) parece un anticipo de la célebre advertencia de Nuestra Señora en la Salette: Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del anticristo.
Frente a esta convergencia profética se levanta una muralla de prevención - hasta cierto punto lógica - y convencionalismo. Esta resistencia es preocupante porque se plantea desde una eclesiología bien intencionada, es decir, invocando la guía indefectible del Espíritu Santo sobre la Iglesia: Pero esta guía se invoca precisamente para negar los avisos del propio Espíritu Santo; aduciendo “poca fiabilidad” de las profecías de todo tipo. En este tema, hay sectores abocados a un círculo vicioso donde incluso las mariofanías oficialmente reconocidas son vistas con suspicacia en lo relativo a sus previsiones proféticas. La cerrazón de estas corrientes a la realidad del momento parece crónica, porque su visión está encerrada en burbujas, sin contacto con la deriva cultural y social. No hablamos de los sectores que ponderan esta deriva con intención de incorporarse a ella. Existe un racionalismo piadoso, incluso tradicional, ignorante de la naturaleza satánica de la cultura dominante; y cuya reticencia escatológica obedece, en realidad, al recelo hacia la mística.
En ello subyace una confusión del amor, disimulada frecuentemente tras espiritualidades voluntaristas y suficiencias eruditas: Incredulidad hacia el protagonismo del Cielo, que no se sirve de maestros acreditados ni de sabios, sino de lo más sencillo y sorprendente. Tal actitud arriesga, sin sospecharlo, quedar incluida entre los engañados por “no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado” (2 Ts 2, 10). Porque el Amor de Jesucristo no es referencia metafísica, ni patente espiritual, ni agotó sus revelaciones con Bernardo de Hoyos y Faustina Kowalska: Es una experiencia de comunión que persiste, y en la que Jesucristo dirige, se manifiesta y habla… Es muy peligroso permanecer ajenos a las manifestaciones más actuales, contundentes y clarísimas, del Sagrado Corazón.
San Luis Mª Grignón se quejaba amargamente de aquellos “que teniendo la profesión de enseñar la verdad a los demás, no te conocen a Ti ni a tu Santa Madre, sino de una manera especulativa, árida, estéril e indiferente” (V. Devoción, 64).
La suma de las mariofanías, revelaciones y confidencias de todo tipo con las que el Cielo está previniendo el drama actual, es de tal magnitud que su estudio deja poco espacio para la duda. Esa duda equivaldría a pensar que Dios permite que su palabra y la de su Madre sean suplantadas con una frecuencia que pondría en entredicho su divinidad. Despreciar este desbordamiento profético implica, además, un desaire a la Mujer que prepara la Venida de su Hijo y da a luz, con lágrimas y sudores de sangre, físicos, visibles y repetidos, al Hombre nuevo.
La reticencia, el escepticismo respecto a las revelaciones privadas, la prevención contra el Apocalipsis, la suspicacia ante toda comunicación mística, forman parte del misterioso desenlace de esta etapa histórica y escatológica. Si la cuestión se dirimiese entre revelaciones privadas y la autoridad legítima de la Iglesia – y por legítima habrá que entender pronto absolutamente diáfana respecto a los dos pilares de la Eucaristía y de Nª. Señora con todas sus exigencias dogmáticas y prácticas - los críticos podrían tener alguna razón. Pero el problema parece bastante más complejo. Las advertencias sobrenaturales, cuyo número desafía hoy toda capacidad de clasificación, están clamando en perfecta sintonía con la profética general de las Sagradas Escrituras y con la esperanza del cristianismo de todos los tiempos: Y este coro universal nos está previniendo sobre un poder de seducción insospechado, revestido de “caridad” horizontalista, sincretista e irenista, a cuyo influjo escaparán exclusivamente los más pequeños, enamorados de Jesucristo.
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