El iberismo es -antes que nada- una benigna excusa para debatir temas candentes. Al margen de las coyunturas, sus pluralidades conceptuales y modas políticas: ¿Qué es lo que une a todos los iberismos?
El iberismo es -en primer lugar y en relación con el pasado- un balance (proporcional) de activos y pasivos del área cultural (pan)ibérica, tras un repliegue (poscolonial) intracontinental. En segundo lugar, el iberismo puede ser un punto de encuentro para el presente, así como de propuesta de nuevo despliegue para el futuro para reponerse del revolcón de la revolución industrial y la modernidad europea, en la perspectiva de nuevas síntesis policentristas no sectarias ni nacionalistas. Pero si destilamos su quinta esencia: ¿Qué es el iberismo? Es un enfoque interdisciplinar ibérico, una metodología de análisis y acción que inspira a activistas, académicos y gobernantes. Lo que he venido a denominar iberismo metodológico.
Con muchas cautelas e inteligencia, el neoiberismo es una opción política útil de las sociedades civiles y de los Estados ibéricos, una vez superado el debate fusionista-inmediatista del primer iberismo. Más si cabe porque ya tenemos un marco jurídico iberista por el nuevo Tratado de Amistad de Trujillo y la Estrategia Común de Desarrollo Transfronterizo, así como un ejemplo en el campo energético: la Excepción Ibérica, cuya política tiene claros beneficios para las empresas y familias.
El enfoque interdisciplinar iberista ganaría eficacia si consigue ser una política acumulativa -de mirada amplia, profunda, cruzada y empática- que no caiga en el saco roto intergeneracional del olvido o en la trituradora de sueños por exceso de politización de los prejuicios, obsesiones, paternalismos, suspicacias, arrogancias o estrecheces. Una política metodológica vertical, horizontal y oblicua, de fuerte componente antropológico y geopolítico entre países aliados, respetuosos con sus soberanías nacionales, y entre instituciones que promuevan la cooperación y la convergencia regional. En definitiva, utilizar nuestros activos culturales para revertir la situación de periferia, ganando centralidad, paso a paso. Nos acercamos a una ventana de oportunidad, en estos próximos años, con la vuelta de América Latina al escenario geopolítico internacional bajo el liderazgo de Lula a partir de año nuevo y tras la simbólica victoria de la Copa del Mundo de fútbol por parte de Argentina.
Que la política sea objeto de estudio iberista -o que los políticos puedan utilizar esta metodología- no quiere decir que el enfoque sea exclusivamente político o exclusivamente para la política. Es con esas gafas del iberismo metodológico que se rinde un mejor tributo a Iberia. El gran avance se daría si consiguiéramos un consenso fuerte (+ de un 66%) -o por lo menos de nuestras élites- en torno de un iberismo del (re)conocimiento cultural y geopolítico. Superando así las enfermedades infantiles ombliguistas anti-geopolíticas del fraccionalismo de las pequeñas diferencias. El regionalismo y el federalismo intraespañol -de visión amplia y leal- alimentan el iberismo; la hispanofobia o la lusofobia -pública o privada- lo destruye.
El iberismo como sistema por ser un -ismo conlleva algunos riesgos de ideologización, a pesar de su transversalidad. Todo sistema es siempre -en algún sentido- algo cerrado, es decir, tiene incapacidad para captar toda la realidad. Sin embargo, el sistema iberista es lo suficientemente abierto como para que capte (con nitidez) la realidad cultural mejor que otros -ismos. El iberismo es un amplio terreno común fronterizo de diálogo y debate, con sus ventajas expansivas e inconvenientes laberínticos.
Los iberistas -de todos los tiempos- encontraron problemas y retos comunes para los ibéricos. La metodología iberista no puede ser apolítica ni sólo política. La prioridad debe ser incorporar claramente la identidad antropológica del nosotros ibérico y su relación dialéctica con la morada peninsular, redescubriendo el iberismo bajo un nuevo enfoque. Además de los libros Iberia, tierra de fraternidad y El nuevo iberismo, podemos encontrar otros textos de otros pensadores que tuvieron la misma visión ibérica. En mi tesis ya hablé del iberismo metodológico de Gilberto Freyre y António Sardinha. En EL TRAPEZIO lo hice también de Américo Castro. En las Bibliotecas Nacionales ibéricas podemos encontrar innumerables autores -de diferentes siglos- que escribieron ensayos con una mirada peninsular desde diferentes ámbitos. Cíclicamente el tema vuelve como nueva moda porque tozudamente la realidad cultural vence a la inercia autorreferencial de los Estados-nación. Este viejo enfoque se convierte en novedoso cuando alcanza cierta incidencia en el debate público y académico, así como cuando se olvida el trabajo de anteriores generaciones. Evidentemente cada presente tiene elementos de novedad. Y ahora con el proceso de convergencia europeo, postBREXIT, la resaca de la Gran Recesión de 2008 y la crisis de poder por parte del norte de Europa, vuelve el iberismo.
Un buen momento para el iberismo -al menos en producción teórica- fue el inicio del siglo XXI. Señalaremos a dos catedráticos de la Universidad de Salamanca como ejemplos para reflexionar sobre un neoiberismo en torno a dos de sus contribuciones. El primero (Valentín Cabero Diéguez) es un geógrafo que identifica a Portugal como una región peninsular también mediterránea, siguiendo la línea de su maestro Orlando Ribeiro. El segundo (Fernando Rodríguez de la Flor) es un filósofo que piensa la tensión y la cooperación de la Península con la modernidad europea.
La dimensión espacio-temporal ibérica en Valentín Cabero Diéguez
Valentín Cabero Diéguez, catedrático jubilado de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Salamanca, acaba de ser premiado por el Centro de Estudos Ibéricos de Guarda con el premio Eduardo Lourenço de 2022. Cabero, recordado afectuosamente por sus colegas, fue quien pronunció la lección inaugural del curso académico 2002-2003, presidido por el rector Ignacio Berdugo. El título de la lección fue Iberismo y Cooperación: Pasado y futuro de la Península Ibérica. Reproduciré los textos que más me llamaron la atención:
“Desde la dimensión espacial, la escala peninsular nos obliga a una mirada atenta y solidaria sobre el manejo sostenible de los recursos naturales, renovables y no renovables; y desde la dimensión temporal, la civilización heredada común nos exige, en el contexto europeo e ibérico, la cooperación y la creación de estructuras socioeconómicas y de convivencia que fortalezcan el bienestar, la igualdad o equidad, con miras a la verdadera fraternidad demandada por los iberistas utópicos de ayer y de hoy”.
“Si contemplamos los paisajes culturales de la Península Ibérica en su doble dimensión espacio-temporal es legítimo hablar de civilización mediterránea y de manera más singular de una civilización ibérica, que trenza con prácticas y formas comunes los modos de vida y que transcienden a las diversidades y localismos de aquí y de allá. Tales rasgos culturales se muestran con elocuencia en las prácticas agrícolas y en los paisajes agrarios históricos. Salvo en las llanuras y campiñas de cultivos cerealistas o de aprovechamientos leñosos, el paisaje mediterráneo e ibérico es un puzle complicadísimo de fragmentos de la más variada utilización, con ejemplos sorprendentes de cultura promiscua, es decir, de combinación y mixtura, en tierras secas o regadas, de un estrato arbóreo y otros aprovechamientos varios, en armoniosa combinación de esfuerzos humanos e ingenio”.
“La pervivencia de tradiciones culturales vinculadas a las comunidades judías a uno y otro lado de la frontera, con testimonios urbanos de notable entidad, nos recuerda una convivencia plural y enriquecedora en Sefarad que ahora se recupera como muestra del patrimonio heredado (Castelo de Vide, Valencia de Alcántara Hervás, Belmonte…). No faltan ejemplos de relaciones transfronterizas estrechamente vinculadas a la vida religiosa entre pueblos y zonas pertenecientes en el pasado a la misma diócesis, con manifestaciones y lazos de cooperación de carácter inmaterial en fiestas, romerías o costumbres que nos llegan hasta hoy (Diócesis de Ciudad Rodrigo y Riba-Côa, por ejemplo”.
“El ideal ibérico como posible unión o federación peninsular aparece asociado a los afanes regeneracionistas y al espíritu de progreso tanto en España como en Portugal, sobre todo en los momentos de crisis o como respuesta a un statu quo de carácter más o menos conservador. Por ello, los cortos periodos de eclosión iberista, fundamentalmente en la segunda mitad del siglo XIX, tendrán su contrapunto en largas etapas de relaciones peninsulares tranquilas y distantes al mismo tiempo, de auténticas “costas viradas” o “costas voltadas”, o se recurrirá a la resurrección del fantasma del “peligro español” o castellano en los momentos de máxima tensión, y a la advertencia de “nuevas Aljubarrotas” que detendrán las ambiciones españolas”.
“En la cooperación cultural, falta hasta el momento, a nuestro entender, la búsqueda efectiva de elementos específicamente ibéricos, abordando los problemas próximos y lejanos desde planteamientos más relacionados con nuestras características comunes, rasgos distintivos que transcienden los límites peninsulares y llegan de lleno a Iberoamérica y salpican con retazos ibéricos bien visibles el de los continentes. Sin renunciar cada país a su propia identidad y a sus proyectos, las relaciones de Europa y de la Península con las naciones iberoamericanas o con las naciones de habla portuguesa ponen de relieve la necesidad de definir estrategias de cooperación de índole cultural basadas en la defensa de derechos humanos, de la democracia y de la solidaridad, abandonando las viejas fórmulas de dependencia y de relación jerárquica”.
El posiberismo de Fernando Rodríguez de la Flor
Fernando R. de la Flor es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Salamanca y Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. De la Flor es un brillante especialista en el barroco ibérico desde el punto de vista filosófico. Reproduzco a continuación unos extractos de la intervención Iberismo hoy: Posiberismo del autor, en las sesiones del Centro de Estudos Ibéricos, que tuvieron lugar los días 2 y 3 de diciembre del año 2004 en Guarda, tierra rayana:
“En realidad, en la escena de los grandes debates y cuestiones identitarias cuya actualidad hoy se dirimen en el campo intelectual de nuestro tiempo, esta palabra –iberismo–, y lo que conceptualmente expresa, no estaba previsto que hubiera podido sobrevivir a la marea del tiempo, que podríamos pensar que definitivamente la había desplazado, sometiéndola a una suerte de descatalogación, ingresándola en el museo de las ideaciones ya sin virtualidad alguna. (…) ya no sería más la «cuestión de nuestro tiempo». Se suponía que el viejo concepto habría debido de extinguirse y apagarse para siempre, y ello en el tránsito hacia una europeización y globalización total, que habría relegado finalmente la cuestión al archivo de lo obsoleto
”.
“En el pasado, la fórmula iberista había adoptado la apariencia de una cuestión intempestiva, incómoda, incluso, reactiva, diría (tal vez también aureolada de reaccionaria); en todo caso, se había situado manifiestamente en contra de procesos generales de homogeneización y laminación de diferencias y de vectores que no gravitan sobre lo actual y sobre lo dado, y que, por lo tanto, se convierten en una máquina de exclusiones y desalojos de la escena de la historia. El iberismo, en cuanto supervivencia, era un cierto modo de teoría y práctica resistente, y como tal lo predicaba, por ejemplo, un Unamuno, expresándolo en una forma que lo hacía comparecer como un arcaísmo y, tal vez, hasta un ejemplo arqueológico de conservadurismo intelectual, apoyado en un arcaico afán de individuación de sujetos o de pueblos".
“El iberismo se había alzado como una forma de ser contra los ideales del proceso de racionalización y de asimilación a los modelos culturales europeos. Sería un invento de intelectuales que mitologizaban su pasado (…) Iberismo parecería, pues, un sinónimo de posición perdida. Y, sin embargo, he aquí que el concepto retoma aliento perdido, y que, incluso, quienes aquí de algún modo generamos su rehabilitación, lo hacemos reuniéndonos ahora y contra todo pronóstico a un cierto favor del viento de la historia, y que incluso resucitar ese fantasma no parecerá del todo un despropósito”.
“El iberismo pues «resurrecciona» como pensamiento que legitima una unidad de campo, perdida sí, pero también necesaria en una actualidad de nuevo unificadora de mundos y de territorios. Empero probablemente podemos calcular que lo que en realidad se demanda de nosotros, en estos momentos cruciales para el desarrollo peninsular, tal vez sea el resucitar un cierto iberismo light, descafeinado, iberismo de salón, iberismo de conferencia, diría, sólo levemente reivindicativo, tierno y poético, que logre también exaltar ciertas peculiaridades de esta geografía del Poniente, convirtiendo estas provincias resecas del mundo en presentables Provenzas, ya que es virtualmente imposible que las hagamos pasar por Venecias del Oeste. Y, sin embargo, el tema del iberismo, si no se toma con sólo la complacencia habitual, puede convertirse en efecto en una cuestión intempestiva, en el sentido nietzscheano; ello es: profundamente perturbadora por su carga histórica de signo redentivo e inconformista. En sí mismo el asunto cobra una dimensión crítica; tiene el carácter de ser una cuestión desestabilizadora en sí misma: el iberismo es, en definitiva, desasosiego, malestar en una condición y en un momento de la historia. Para entender este supuesto espíritu incómodo y crítico que tiñe la cuestión, bastaría para ello con pensar que lo intempestivo no está relacionado con lo nostálgico, no es, en definitiva, una mera formalidad del retorno”.
“Evocar «lo ibérico» puede ser una forma de la resistencia intelectual, de su reivindicación de liderar procesos, espiritualizándolos. Ya decía Ortega que la entraña de lo ibérico era haber sabido resistirse a Europa, perteneciendo sin embargo a Europa, lo que debemos considerar una considerable pirueta, típica de dos países a los que la historia ha puesto muchas veces «patas arriba». Eso, ciertamente, por un lado, pero por otro, si estamos aquí para pensar el iberismo posible que nos cumple realizar, como así parece, es, sin duda, para enfrentarlo ante su propio espejo, ante su propia categoría desgastada por la historia, para advertir allí lo envejecido de tal categoría”.
“Estamos obligados no sólo a resistirnos a ciertas formas de futuro, sino también a acabar con nuestros propios padres espirituales; aquellos que nos metieron en sus laberintos de palabras, que eran también laberintos de saudades, si atendemos al dictum forjado por Eduardo Lourenço. Así que, en todo caso, nos encontramos un poco desgarrados ante lo que son, por un lado, las exigencias prácticas y políticas de un futuro que se nos hecha encima, y del que sabemos que de cierto anulará propiamente los restos (si los hubiere) de cualquier orgullosa diferencia ibérica, de lo que era un “modo ibérico” de entender la vida y la historia. Pero, por otro, es lo cierto que tampoco podemos suscribir las rancias formulaciones y modos arcaicos y elitistas del pensar en que se debatió esta cuestión entre los nuestros, poco más o menos entre la mitad del siglo XIX y la mitad de nuestro siglo XX”.
“Aquel iberismo posible en el que se nos anima a pensar, de darse, de producirse, de existir (es decir: si nosotros y otros como nosotros podemos producirlo ahora como un objeto intelectual y una herramienta conceptual que mantiene su efectividad hermenéutica en nuestro tiempo), será ahora, en todo caso, un neo-iberismo, una fórmula de retorno, típicamente postmoderna, y entonces, la fórmula apropiada, y la fórmula a la que estamos condenados casi, no puede ser otra que la de posiberismo. Nombre matizado de la posibilidad, que daría, incluso, ocasión a la acuñación más compleja y exacta de la existencia de un «momento posiberista» en el que de cierto estaríamos viviendo. Lo cual quiere decir momento al cabo irónico con respecto a las posibilidades de su propia realización, o de que cuaje en algún tipo de constructo; o, por también decirlo de otro modo, autoconsciente de las limitaciones que sobre ello pesa, a través de una historia profundamente erosionada que ha dejado al sujeto ibérico incapaz de proponer imágenes de sí mismo, entregado a que otros –llamémosles hispanistas o lusistas- se las forjen”.
“Asegurábamos antes, que no podemos olvidar que en realidad se nos compele, pienso, a reconocernos y a hermanarnos, sólo porque de esta manera facilitamos la final deglución de nuestras identidades. Pero es también verdad que ese mismo pensar la identidad ibérica podría ser llevado –o al menos lo que proponemos como de urgente realización es un viaje por esta orgullosa diferencia– al terreno mucho más incómodo para los unionistas de un pensar la singularidad y la posición periférica, con la intención misma de detenerse en ella, de ahondarla, de buscar finalmente –al menos en los terrenos de lo ideal– un paradigma distinto; un territorio propio y orgullosamente aislado de la centralidad, un paradigma inmanente, contemplativo, absorto en las profundidades; paradigma que no puede cumplirse en otro espacio, en verdad, que aquel de la realización poética, ficcional, mito-poética”. (…) “porque es ciertamente en este campo y universo donde sólo propiamente se realiza en verdad esa comunidad ibérica”.
“En este sentido, el iberismo es definitivamente una cuestión poética, y acaso también una cuestión histórica (siendo la historia a que hago referencia una variedad discursiva de la propia poética, y no de la economía). Son estos los dos vectores que aquí nos interesan, aunque sobre el encuentro no dejará en cualquier caso de planear la sombra de lo que serían los representantes del actual y pujante iberismo económico; de lo que podemos denominar un bien distinto, y distante de nosotros, euroiberismo (del que podemos decir pese a las suspicacias que puede generarnos que es, sin embargo, quien nos paga y nos compele hoy a hablar). Si el asunto es en efecto la construcción mítica del iberismo, y con ello la realización de la reivindicación de un espacio ideal y común a cargo de los discursos de carácter ficcional y poético, entonces creo que el asunto ha dado aquí, (…) con lo que podemos considerar su ubicación
perfecta”.
“La «mentalidad de Poniente» encuentra aquí por fin un lugar de alojamiento para pensar unas ciertas condiciones en que se genera la idea de un espacio tradicionalmente desierto (o, mejor, «desertado»): el del dominio vacío que dejan, en su ausencia, las redes capitalistas y organizativas, cuando todavía no se han ceñido al control de un territorio. Y eso es también el iberismo, condición ausente de las condiciones de desarrollo de la segunda (y, luego, de la tercera) revolución capitalista. Retraso y vacío, un poco de despoblación y un modo de vivir la decadencia en medio de nostalgias áureas por medio de una aristocracia del pensamiento que ha cortado sus raíces con París, y que, como sucede con el protagonista de Eça de Queiros, en «La ciudad y las sierras» decide finalmente retornar a sus sierras. Altas sierras desiertas. Vuelta, pues, a un viejo sentido de la tierra, de la propiedad, de los modos del habitar; y propiamente a lo que sería un sentido heideggeriano de ese mismo «habitar», en el momento preciso en que se puede decir que parte del suelo firme y genealógico en realidad desaparece ya bajo nuestros pies. Así que, en efecto, tal «mentalidad del poniente», de modo inevitable, da cauce a un pensamiento indefectiblemente crepuscular, que define también la quimera de este espacio nuestro marcado por las virtudes negativas de la precariedad, la ausencia, la derelición o abandono, que practicaron como una suerte de nuevo monaquismo sus clases intelectuales”.
“El iberismo en su día supuso, en efecto, un modo de empezar a colocar las piedras miliares y fundadoras a fin de poner de relieve la amplitud (y hasta se diría el aura) de esa condición ascética, deshabitada y debilitada del mundo, comprendido éste como lugar de intensiones, más que de extensiones y de conquistas materiales. Algo se sabe bien de todo derelición desierto (y llamemos así a todo territorio que permanece como abstraído de una condición de franco proceso material): el que exacerba las tensiones espirituales; produce almas alucinadas, sometidas a espejismos metafísicos: Unamuno, Teixeira…”
“El iberismo en muy buena proporción es discurso que debe articular la grandeza de una tierra vacía de hechos, pero poblada de los espíritus de antiguos dioses, héroes o religiones, al presente ya derribados de sus antiguos templos”.
“Pero, de hecho, nos encontramos en una tesitura en que de algún modo nos es vedado por completo una prosecución de nuestro pensamiento “iberista” en la línea exclusiva que alienta una ficción, una mera estructura mito-poética. No es deseable (ni acaso posible), pues, el retomar esta línea casi fundadora de un mito y de una leyenda. El iberismo reclama también, y lo hace sobre toda otra cosa, un tratamiento histórico-materialista. Finalmente, es en el período fuerte de nuestra común historia peninsular desde donde es posible el reconstruir en esa lejana perspectiva cronológica los marcos genealógicos dentro de los cuales se pueda pensar la cuestión ibérica. Podemos simplificar y decir entonces que el iberismo es el otro nombre que recibe la «diferencia ibérica» en las edades moderna y contemporánea, mientras que el posiberismo sería lo que al presente queda de aquella diferencia y singularidad en la tercera fase de la cultura del capitalismo. El posiberismo, y creo que no queda otra solución que el pensarlo así, es el pensamiento de la propia imposibilidad en que se ha movido el proyecto iberista. Será probablemente una construcción crítica discursiva que señale lo que de posible (y bello, o, mejor, estético-espiritual) hubo en lo que definitivamente no pudo al fin llegar a ser”.
“Nuestra primera dificultad consiste hoy en que, si queremos proponer un posible pensamiento neoiberista, necesitamos retornar a las fuentes de lo que constituyó en su día la raíz misma de este viaje hacia el extrañamiento con retorno, en que creo que ha consistido finalmente la cultura de la peculiaridad ibérica. Una obra del artista Pedro G. Romero sintetiza esta aspiración posmoderna tomada de una manera irónica. En ella una península navegante, casi en forma de balsa de piedra, se despega de los Pirineos y remonta el curso de la historia hacia el continente americano. Esto es lo sustantivo siempre en el iberismo (como hoy tal vez también lo sea en lo posibérico): una renuencia a la integración continental, secundado este sentimiento por lo que es la nostalgia activa de una travesía propia por la historia; deriva o travesía que nos permita seguir actuando como frontera mediadora de mundos diversos. Incluso frontera entre nadas, si queremos ser fieles a una cierta «poética del yermo». Lo ibérico fue pues, indudablemente, el paradigma desviado de la cultura occidental. En el viaje que el historiador y teórico de la estética, Mario Praz realiza por la Península a la altura de los años veinte de este siglo, encuentra una metáfora que creo que bordea aquella otra acuñada de antiguo que nombra al territorio común como Península metafísica. Se trata en el caso del texto de Mario Praz de la Península pentagonal. Vale para este caso decir, la península fortificada, cerrada en torno a sí misma en un perímetro de geometría en aristas. La metáfora es interesante y recoge una larga tradición de conceptualizaciones que han tratado de trazar lo que sería el imaginario de un aislamiento, de nuevo de una «diferencia». Tales denominaciones marcan pues, el lugar de una fractura, mientras señalan hábilmente la irreductibilidad a cualquier anexión de este espacio geográfico, que en realidad se reivindica como superior espacio espiritual. El iberismo es así lo que dentro de la conciencia occidental sigue representando y proponiendo figuraciones de «lo otro», perpetuamente diferido e inasimilado. El iberismo (y el posiberismo también, por tanto) es el resto, lo que, en términos de Ortega, resiste a lo hegemónico, lo que de Europa no se integra en Europa como antes hemos dicho”.
“En esta fase conclusiva no es ya el momento de desarrollarlo, pero el centro nuclear de lo iberista es justo esa resistencia a los procesos de la lógica del interés que marcan la acción en la historia de las naciones colindantes de nuestro entorno. Y quizá fuera Max Weber quien haya constituido el mejor bastión del sentido y sentimiento iberista, y ello sin haberlo propiamente conocido, ni tener noticia de él, pues al definir con toda precisión la lógica y la ética del capitalismo protestante nos arrojó a una suerte de exterioridad de este modelo, condenándonos a un estado colectivo providencialista, irrealista, decepcionado en suma de los valores de la trasformación del mundo, y poseído de una perpetua nostalgia indefinida, que puede ser ciertamente formulada en tanto nostalgia de la totalidad imperial perdida”.
Fuente: https://eltrapezio.eu/
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