No cabe esperar ningún remedio intelectual ante un mal espiritual. No hay licencia filosófica solvente ante el problema de la debilidad humana y sus extravíos. La posición de no asumir la filosofía liberal, ni sus proposiciones antropológicas, no exime al negador de compartir la matriz de los anhelos liberales más insertos; esa desdichada noción de libertad parida en el éxtasis luterano. Hace escasas fechas, pude leer un fragmento de un reputado filósofo materialista ya fallecido, en el que venía a decir que debíamos alegrarnos de que la vida no tuviera sentido (se refería a un sentido predefinido), menos aún dentro de un orden cósmico, porque invalidaría nuestra libertad. Pensé que merecería la pena sobrevolar sobre tan magno asunto. Quizás porque se podía intuir cierta paradoja en la afirmación del filósofo. En primer lugar se da una paradoja porque asocia la libertad al sentido de la vida, es decir, la noción de la libertad depende del sentido que se le dé (o no se le dé) a la vida. En segundo lugar, se antepone la libertad humana a todo sentido de la vida. Como si la libertad tuviera algún sentido (más allá del quehacer cotidiano) si la vida no lo tuviera. Es decir, para significar la libertad, la posición presentada necesita vincularla con el sentido de la vida; primero desde la negación, y en un segundo acto desde la superación, ya que no se puede aceptar que un sentido universal (o cualquier otro), neutralice nuestra libertad. Tal presentación inicial expuesta parece poner al lector en una encrucijada, en un dilema entre la libertad y el sentido primigenio de la vida.
Antes de preguntarnos a qué libertad se refería el iluestre filósofo es hora de arrostrar cuál es la propiedad que atribuye al sentido de la vida. Según el filósofo materialista, cada hombre decide sobre su vida acotado por los elementos circunstantes y las preferencias racionales, algo que a primera vista no admitiría discusión alguna. Pero a esa funcionalidad vital el filósofo la llama sentido de la vida. Se adentra así en una equivalencia incorrecta entre finalidad y funcionalidad, en especial identifica erróneamente el sentido de la vida con los objetivos o metas perseguidos. Una taxonomía empleada en algunas disciplinas dirime y distingue entre fines, objetivos, y sub-objetivos (u objetivos específicos). Los fines serían algo que no admite elección; el destino natural que por su condición le corresponde a las cosas, y los objetivos serían las metas concretas para dar cumplimiento a los fines. Así, el fin de la empresa es generar riqueza, pero cada una planificará sus propias objetivos para hacerlo; el fin de la familia es dar continuidad a la humanidad y a la sociedad, pero cada una establecerá sus horizontes; el fin del Estado es la supervivencia de la comunidad política pero cada Estado decidirá cómo hacerlo. Si bien es cierto que siempre hubo hombres empecinados en desvirtuar estos fines, llama poderosamente la atención que las instituciones tengan un fin común y los hombres que las engrosan no. Parecería más lógico inferir que el fin del hombre, en cuanto a las cualidades que le son propias, sea la plenitud armoniosa que le da la perfectibilidad, un fin que también es el cuidado de todos los bienes que Le han sido confiados hasta el día del Juicio Final, incluida la dignidad de los demás hombres. De igual modo el fin de las almas será ir al cielo.Y así sucesivamente. La sinonimia evidente entre el fin y el sentido hace que este último no pueda hallarse fuera del destino natural y sobrenatural de las cosas. El fin del hombre rayano en el mejoramiento por la virtud, hace que el sentido de la vida sea inequívoco entendiendo por virtud lo apreciado por el hombre, una vez alcanzadas la sensatez y la buena voluntad. Hemos de tener bien presente que la virtuosidad y la probidad hacen del poder discrecional una facultad no arbitraria, una facultad no exclusivamente decisional, una facultad digna de encomio.
El filósofo materialista encuentra que solo una vida llena de múltiples sentidos es compatible con la libertad; el sentido que cada cual decida darle a la vida, dados los elementos circunstantes. El sentido puede ser cualquiera, con lo cual de suyo, es decir, ex ante, no sería ninguno. Sin embargo la palabra “sentido “tiene una significación ex ante, no ulterior. Sentir viene del latín sentire cuya raíz es sent, cuyo significado a su vez es ir hacia delante en una dirección. Una etimología poco afín a la orientación terminológica dada por la presentación inicial. Además, a pesar de contemplar múltiples sentidos (en realidad, cualquiera que cumpla con las propiedades que le asigna) el filósofo cae en una aporía, al negar que uno de esos múltiples sentidos pueda ser encomendarse a Dios, ya que supone según él, la negación de la libertad humana. Para estos casos dispone el término pseudo sentido.
Lo que el filósofo materialista describe en su obra El sentido de la vida al hablar de determinismo causal (1) es el proceso racional que la vida implica; una toma de decisiones constante provocada por los avatares, donde cada hombre toma la dirección según el parecer. Sin precisar si estas decisiones han de ser buenas o malas, si han de ser correctas o incorrectas, si han de ser rectas o por el contrario inecuánimes, ni cuál es el criterio para que lo sean. Como criterio tiende únicamente a la decisión racional convenida por los determinantes de la situación. No hay más ley para la toma de decisiones según el filósofo materialista, que la plena autonomía de ese ejercicio lo que constituye un enseñoreamiento sobre las propias decisiones aún con las limitaciones que la vida pueda interponer. Una libertad radicada (una vez más) en hacer efectivo el querer, en la volición. Lo que el filósofo denomina determinismo causal es en realidad una aleatoriedad casual, es decir, dada la casuística a la que se enfrenta, las decisiones tomadas por el sujeto pueden ser cualesquiera de su propia cosecha. Un nominalismo vital que auspicia el sentido volitivo; presupuesto básico del liberalismo. La consecuencia de que la vida no tenga un sentido capital, por el sometimiento a la libertad, es la primordialización de la volición sobre el resto de los atributos humanos. Al conferir a la persona “la causalidad del acto libre “, infiere que la libertad, puestos los elementos circunstantes, queda delimitada por las decisiones del hombre, ergo la libertad tendría su origen en el sujeto aunque no dependiera enteramente de él. Una Libertad cuán sinónimo de toma de decisiones; una libertad nominalista y sin regla intrínseca, manteniendo así el núcleo operativo de la noción de libertad defendida por el liberalismo. En ese escenario emerge un hombre contingencial, o, mejor dicho, contingencializado, sobreexpuesto a las malas causas, y las malas causas (según qué pensamientos) no pueden tener buenas consecuencias (decisiones).
El catecismo de la Iglesia Católica enseña que la definición de libertad es la capacidad de hacer el bien, más aún la “capacidad de adhesión al bien y a la verdad “ (2) . Enseña así, el carácter deontológico de la vida y de las cosas, también enseña así el carácter teológico de la deontología de la vida, y por ende de la libertad que ha de conciliar la deontología y la voluntad. Una voluntad orientada al deber y no al deseo (ya sea causado o incausado). Pero el filósofo materialista encuentra que la vida no tiene sentido a no ser que se interponga la autonomía del querer flanqueada por la racionalización de las circunstancias imperantes.. Un “yo y mis circunstancias “cocinado con esmerado racionalismo. Llegados a este punto, fuerza distinguir entre el gobernarse a sí mismo y el autogobierno. Autogobierno sería toda realización de motu proprio, aún cuando supusiera la extinción de la propia persona, de dicho motu proprio, y de todo autogobernanza. Una gobernación emancipada de toda causa primera y sin deontología, regida por la sola discrecionalidad. En cambio, el gobernarse a sí mismo requiere de reglas que permitan a la persona mantener el estado de la voluntad y de la gobernanza indemnes, antes y después de hacer uso de ambas. Además el hombre para gobernarse a sí mismo necesita de los demás hombres. Más madera para inferir que el fin ha de ser común y el sentido uno solo; si la gobernanza es participada por otros hombres, el fin también lo es. Lo decía un grande de España como Aparisi y Guijarro: “ la naturaleza de los hombres es obligarse unos a otros tanto por los beneficios que conceden como por los que reciben “. (3)
(1) Gustavo Bueno.( 1996 ). El sentido de la vida: seis lecturas de filosofía moral. Pentalfa ediciones
(2) El Catecismo de la Iglesia Católica. Tercera parte. Primera Sección. Artículo 3. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a3_sp.html
(3) Antonio Aparisi y Guijarro.(1943) Antología. Ediciones Fe. Madrid
Doctor investigador en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM). Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la Universidad Politécnica de Cartagena. Columnista de Religión en Libertad. Servidor de: Dios, la Iglesia y usted.
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